domingo, 17 de mayo de 2020

TÓPICOS RURALES EN TIEMPOS DE PANDEMIA


De la misma forma, no se puede decir tajantemente que los cazadores son unos depredadores de ciudad que pasan la mañana del domingo disparando y poniéndose ciegos de panceta y carajillos. Tampoco se puede afirmar sin ninguna fisura, que la ganadería industrial es la única salida para muchas zonas de Aragón, como no se puede afirmar que todos los ganaderos en extensivo son unos defensores del medio ambiente y de los valores de la cultura silvo-pastoril o, incluso que los grandes mamíferos deben permanecer en los valles pirenaicos contra viento y marea. Todo se debe someter a la medida de una imaginaria regla que busque la necesaria proporción en la construcción humana de una sociedad en equilibrio.
Nada en el campo ni en la ciudad es neto, puro y sin mácula de duda y, desgraciadamente, existen abundantes casos de los estereotipos mencionados. No pocos se han sentido en peligro ante una veintena de escopetas apostadas en un camino público a la espera de la resaca del jabalí que ya se oye cerca. Con farfullas peregrinas justifican su derecho para estar allí: se trata de la tradición, siempre se ha hecho así, vete tu por otro camino,… que es lo que, evidentemente se acaba haciendo. 
Pero igual que uno se puede sentir maltratado por la soberbia de estos imbéciles sintomáticos, se puede disfrutar de un guiso de corzo en la plaza de un pueblo con sus 27 vecinos y algunos invitados en una agradable noche de San Juan. Estos otros cazadores, algunos de ciudad, ni se hartan de carajillos, ni maltratan a sus perros.  Salen con las precauciones oportunas de vez en cuando, porque el coto es poco numeroso y realizan su actividad, con la que se puede no estar de acuerdo, pero que se integra en la convivencia general de una forma razonable y mesurada.
En parecidas coordenadas nos podíamos expresar con la agro-ganadería. El aumento brutal de la superficie necesaria para que una explotación familiar sea rentable que se ha vivido en menos de una generación, ha justificado el crecimiento desaforado de la ganadería industrial que, por la aparición de los integradores, se convierte en una verdadera industria en pleno medio rural. Una industria contaminante y depredadora de recursos lejanos y de la que, si los actuales ganaderos conocieran su verdadero alcance y pensarán con un horizonte un poco más allá del límite de su propiedad, posiblemente recapacitarían sobre el modelo de gestión agrícola que los está engullendo.   
La otra faceta y la última en llegar al imaginario colectivo que soporta el medio rural, es el turismo. Y sobre él también se ejerce esa doble regla de medida. Los ayuntamientos han adaptado gustosos sus planes urbanísticos para dar cabida a los habitantes de segundas residencias e incluso puede que a unos pocos “ciudadanos/neorrurales” que buscan otras formas de desarrollar su vida. Los técnicos municipales y las empresas público-privadas, siempre con dinero público (de los impuestos de todos, rurales y damascos), desarrollan todo tipo de senderos, estaciones de esquí, fiestas tradicionales (recién inventadas), certámenes de tapas, longanizas y chiretas, para que el “de fuera” se sienta a gusto y, lo que es más importante, se deje el dinero en el pueblo. 
La televisión aragonesa llena su programación jotera con todo ese muestrario de típicos tópicos. El alcalde/esa, granjero, constructor o trabajador comarcal, además de hacer negocio, se va a perpetuar en el sillón de la alcaldía y en el despacho de la diputación provincial. Un pluriempleo nunca está de más y si se sabe estar en el lugar adecuado, el propio vacío hace que las “personas de valían” se vean mejor en el erial humano y que los que cortan el bacalao en las capitales, porque los que deciden, en cuanto pueden se van cerca del Corte Inglés, provean un futuro prometedor.
Aunque, siempre existen gentes “de aquí y de fuera” que se planteen otro tipo de caza, otro tipo de ganadería y otro tipo de turismo, el discurso dominante dictado por el mismo grupo social, cuando no las mismas personas, que han decidido sobre la vida en el mundo rural las últimas generaciones, está tan consolidado que hace que el tejido social se esclerotice y que la necesaria crítica se perciba como una agresión.
La ya famosa España Vacia/ada solo empezará a repuntar social y económicamente cuando sus habitantes, todos sus habitantes, los “de aquí y los de fuera” se quiten la corbata de los tópicos y empiecen a pensar que se puede cazar de manera sostenible, que se pueden tener granjas de porcino vinculadas a las fincas agrícolas que van a producir el alimento y que van a abonarse con su estiércol. Y llegando al turismo, los alcaldes, técnicos y promotores tendrán que creerse que el tiempo fluye y que no se puede vivir en 2020 como en 1960. Lo éxitos de los abuelos permitieron un estilo de desarrollo y ahora toca a otros diseñar el próximo.
En tiempos de peste, como el que vivimos, es lógico el distanciamiento y la toma de medidas sociales para evitar el contagio. Pero precisamente en ese escenario tan triste y tal complejo no es tolerable la simplificación de los “de aquí y los de fuera”.
Cuando acabe la primera parte de la dura crisis a la que nos enfrentamos ahora en el aspecto sanitario, habrá que volver a poner en marcha el motor de la economía de la comarca, pero no podrá ser ni con las mismas herramientas ni con el mismo combustible y desde luego no podrá ser sin contar con toda su población. El cambio que nos obliga la naturaleza va a ser de tal calado, que será necesario el esfuerzo de todos para volver a pensar nuestra forma de vida.

No te pongas en el lado malo de un argumento 
simplemente porque tu oponente 
se ha puesto en el lado correcto.
Baltasar Gracián