Ecologistas en Acción reclama un plan de transición que priorice la sostenibilidad ambiental y económica, la independencia energética y la gestión democrática y transparente de un bien común
La estrategia energética de la Unión Europea, con la creación de un mercado único de la energía y el refuerzo de las interconexiones entre los estados, está basada en un sistema con grandes centros generadores y grandes centros consumidores. Para Ecologistas en Acción las enormes inversiones en nuevas infraestructuras de transporte, que la Comisión estima en 200.000 millones de euros, son una apuesta ruinosa en un escenario de reducción de la demanda eléctrica, de descentralización de la generación eléctrica, y en el que la apuesta no debería ser el gas que la Unión Europea no tiene.
La Comisión Europea estima en 200.000 millones de euros las inversiones necesarias durante la próxima década para llegar al 10% de capacidad de interconexión entre los estados miembros, entre líneas de transporte eléctrico de alta tensión y gasoductos. Los argumentos para incrementar las interconexiones son muy cuestionables. Las empresas y la ciudadanía no necesariamente verán reducidas sus facturas energéticas, que dependen más de una buena regulación del mercado. Se deberían tener en cuenta además los costes externos que paga la sociedad en forma de contaminación, residuos, salud, o pérdida de servicios ecosistémicos.
El aumento de las interconexiones tampoco conllevará mayor penetración de las renovables, especialmente para los pequeños generadores eléctricos. El sistema energético está cambiando. El incremento en los precios de la energía es un efecto del agotamiento progresivo de los combustibles fósiles y del incremento de la demanda mundial, liderado por países como China o India y eso no se va a resolver con mayores infraestructuras de transporte.
El calentamiento global y la reducción de los impactos ambientales, pero también la independencia y la soberanía energéticas, exigen la puesta en marcha de un plan de transición energética. Dicho plan debería tener como objetivos la sostenibilidad ambiental, la sostenibilidad económica, la independencia energética, y la gestión democrática y transparente de un bien común como es la energía. Para ello, debería estar basado en tres pilares:
- En primer lugar, una reducción importante en el consumo de energía en los países industrializados mediante la remodelación del urbanismo y el transporte.
- En segundo, el cierre de centrales de carbón y nucleares, la paralización de proyectos de gas, y la apuesta decidida por las energías renovables.
- Y, por último, la gestión democrática, transparente y distribuida de las redes, que incluiría la consideración de la energía como un derecho de acceso universal, con el objetivo de eliminar la pobreza energética que afecta a un porcentaje entre el 10% y el 15% de la población europea.
La apuesta de la Unión Europea por el mantenimiento del sistema, con limitaciones demasiado tibias en cuanto al incremento de la demanda, y el mantenimiento de una industria y un mercado en declive no es la mejor política pública. Un sistema tan complejo como es el energético, con grandes sectores en forma de monopolio natural, con necesidades de planificación estratégica y a largo plazo, decisiones políticas, e impactos sobre la salud, la economía y el medio ambiente no puede quedar en las manos del mercado libre y competitivo.
Las redes de transporte y acceso eléctrico se deben reestructurar de cara a la gestión local y distribuida, limitando los costes, reduciendo las pérdidas del sistema, y fomentando los sistemas de microrredes. Debe estudiarse la necesidad de interconexiones y nuevas redes, y realizarse sólo en caso de beneficio social real, en caso de que no existan otras alternativas. De otra forma, los costes cada vez recaerán sobre menos puntos de consumo, según alertaba hace pocos meses el Rocky Mountain Institute en su informe “The Economics of Grid Defection”. Una situación que algunos expertos en el sector han dado en llamar “La espiral de la muerte” de las megainfraestructuras basadas en el modelo energético del siglo pasado, y que no tiene en cuenta la disrupción social y tecnológica que ya están suponiendo las energías renovables, y que sin duda se incrementará en el futuro.