Desgraciadamente
los ciudadanos nos estamos acostumbrando a que la política se parezca más a un
espectáculo televisivo de insultos y descalificaciones que, al ejercicio, basado
en el diálogo y la búsqueda de consenso, de gestión de la RES-PUBLICA.
Asumimos
como NORMALIDAD (maldita palabra) la maniobra de entretenimiento que desde el
poder se genera para despistar al ciudadano de la verdadera situación en que
vivimos los seres humanos 20 años después de haber cruzado la frontera del
milenio. Desde el Congreso de los Diputados hasta el más pequeño municipio de la
comarca de Ribagorza, pasando por la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente,
se ha convertido en costumbre el fenómeno de hacer que la gente preste atención
a lo anecdótico para que no vea la dureza de una realidad que viene de antiguo.
Hunde sus raíces en el tiempo y en una estructura social que venció también a
la pacata transición con la que nos convencimos de que vivimos en democracia.
La
globalización económica, la deslocalización industrial y el triunfo de la
economía financiera, han construido un mundo en donde la injusticia cotiza al
alza y el egoísmo de las oligarquías crece hasta la desmesura sobre la ignorancia
de gran parte de la población que, si en el coliseo romano se entretenía con
las peleas de gladiadores, ahora lo hacen con las de los gallos y gallinas que
se enfrentan en el de la Carrera de San Jerónimo. Como resultado de esta
atmosfera que se mete por las rendijas del televisor, el español medio entra al
trapo de la sinrazón de nuestros políticos y olvida mirar hacia las verdaderas
causas que mueven nuestra cotidianidad.
Por
mucho que se empeñe la “torcida” (en España es mucho más abundante que la “derecha”),
el actual presidente no es culpable ni del Covid19 ni de la brutal crisis que le
persigue, pero a fuerza de repetir el esperpento, pueden conseguir que centenares
de ignorantes se envuelvan de amarillo y rojo y lleguen a creer que haciéndose
amigos de los “dueños del cortijo” les va a ir mucho mejor y que la España desarrollista
de vacaciones en el mar y paella perpetua, volverá como vuelven las cigüeñas
al campanario.
Lo
peor de todo es que esta política-ficción cae en cascada por toda la estructura
representativa. Es mucho más fácil para un Consejero de Agricultura culpar a un
oso de todos los males de la ganadería que ponerse a trabajar en serio. Dado el
nivel de contaminación por partículas de ignorancia que se extiende por la
atmosfera aragonesa, es más rentable buscar algún culpable peludo que acometer
la reforma de la PAC o trabajar por equilibrar los modelos ganaderos. Es mucho
más fácil, más agradable y da más votos posar para las cámaras con los patrones
de la industria del porcino que pedirles que internalicen en el coste de su
producto, el del tratamiento de sus purines.
Parecido
fenómeno podemos ver en otros ámbitos como el de la explotación de los recursos
turísticos. Castanesa, sin ir más lejos. Caer en la cuenta de que ni la evolución
de la economía ni el clima van a permitir la continuidad del modelo de explotación
de las estaciones de esquí, requiere un recorrido mental que no todos está dispuestos
a emprender. Es mucho más sencillo seguir la corriente a los dueños del cortijo
de la nieve que seguro que sacan alguna subvención milagrosa para seguir
mintiendo en común.
Y
el final del recorrido lo podemos hacer en Capella en donde el agua del Isábena
baja contaminada pero se considera preferible no llamar al SEPRONA. Al
igual que montones de españoles y españolas que adoran la normalidad (la de
antes o la de después) es preferible dejar que las aguas vuelvan a su cauce y
no molestar a los dueños del cortijo. También es verdad que, si los
responsables del cuidado del medio natural hacen acto de presencia una semana
después de los hechos que se informan, de poco servirá su sabiduría. No hay
nada más cómodo para la paz social que mirar, solo en donde no pasa nada.
Aunque
para algunos pensadores, Marcuse pertenece al pasado, nunca está de más releer el
pasado: