Lo cierto es que esto no es así y
podemos poner ejemplos de acontecimientos que, con el paso del tiempo, merecen
una valoración muy distinta de lo que fue en su momento la narración aceptada.
Podíamos hablar de la transición, de
la monarquía e incluso de la idea misma de desarrollo. Si hacemos un poco
memoria crítica de cada uno de estos ejemplos, veremos que las cosas podrían no ser como nos las contaron.
La monarquía ha sido bendecida tradicionalmente
desde las páginas de las revistas del corazón que han posibilitado la
aceptación tanto a la institución, como garante de la convivencia entre los
españoles, como al comportamiento de la familia real. De esta forma, peluquerías
y consultas médicas han sido el púlpito desde el que se ha
convencido a la población de las bondades de un régimen que, pasado el tiempo, con
un mínimo análisis crítico, resulta peor parado.
Parecido análisis podríamos hacer de
la transición democrática con su bendición de un bipartidismo, benévolo con la
dictadura, que no solo no restauró la dignidad de la Segunda República y no sacó a sus defensores asesinados de las cunetas, sino que marcó las líneas de privatizaciones a
medida de los intereses del neoliberalismo triunfante. Los jueces del Tribunal
de Orden Público fueron a parar al Supremo y las familias y empresas que se beneficiaron
del franquismo lo siguieron haciendo en democracia. Para los clientes de
peluquerías y dentistas el cambio de la imagen corporativa fue suficiente para dar
por buena la transición.
Con un tamiz aún más fino podríamos
cerner el triunvirato “progreso, desarrollo, crecimiento” que, desde todos los
grupos políticos y económicos, se ha venido instalando en el imaginario colectivo
para que nadie pueda albergar la más mínima duda de que el progreso de la
humanidad pasa por el modelo de desarrollo económico que determinan desde
Chicago apoyado en un crecimiento constante a gusto de la CEOE. Pero también
aquí, la emergencia climática primero y la crisis del Covid-19 después, parecía
que podía poner en peligro la idea de sociedad tal como estaba concebida antes
de que el virus nos retuviera a todos en nuestras casas. Sin embargo, no parece
que esto vaya a ser así. Llegados al final del Decreto de Alarma, renace la
aspiración de que el ladrillo y el turismo nos devuelva a la casilla de partida
de una felicidad pretérita a la que algunos podrán añadir su recién aprendida capacidad
de hacer pan.
Esta vieja y actualmente ilógica, reivindicación se mantiene como un zombi porque parece pertenecer a la tradición social de la
comarca casi a la altura de las fiestas patronales. Así,
al viajero que, necesariamente tiene que pasar despacio por la vetusta travesía
grausina, le puede llegar a dar la sensación de que está en una comarca viva que
reivindica su posición en la geografía política de la actualidad con una
petición de progreso.
Pues bien, igual que la monarquía, la
transición o el desarrollo, estamos ante un falso relato que enmascara otra realidad
algo más difícil de transmitir.
La falsa reivindicación del túnel enmascara
la lucha por un nuevo modelo energético que se opone a la interconexión eléctrica
con Francia a través del Pirineo y camufla con su aroma de progreso, la
oposición al continuismo del modelo de desarrollo turístico de nieve que
pretende hormigonar el valle de Castanesa a beneficio de IBERCAJA.
Quien decide qué pancarta cuelga en
el espacio público, determina también en cierto modo, lo que es importante y lo
que no lo es. El ejercicio de prestidigitación y espectáculo en
que se ha convertido la política (también la municipal y comarcal) engaña al
espectador que atraviesa Graus que vuelve a su casa convencido de que la mayor reivindicación
de Ribagorza es el túnel de Benasque-Luchon.
De esta manera y desde el mismo
territorio, se construye el falso relato del desarrollo rural o de la España vacia/da.
Mediante las artes del espectáculo, para el que se preparan nuestros políticos comarcales,
se puede convencer al visitante y a la opinión pública de que lo que hace falta
en el mundo rural es dinero para infraestructuras y que estos fondos públicos,
será bien administrados desde el mismo espacio que lo demanda.
La verdad siempre es mucha más
compleja que la apariencia y conocerla mucho más difícil que leer una pancarta.
Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.
Nicolás
Maquiavelo
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