Las "ansias de normalidad" a cualquier precio, el lavado verde generalizado a que nos estamos acostumbrando, la inminente llegado de fondos europeos para paliar la situación del Covid19 y el esperpéntico espectáculo de la política española, han abierto todo el catálogo de tópicos entre los que el de la España Vacía/ada afecta muy seriamente al modelo de vida rural
El neologismo de la ESPAÑA VACIA que se va imponiendo en
nuestro lenguaje cotidiano parece pretender un equilibrio territorial y sin
embargo consolida precisamente todo lo contrario y ayuda a justificar que ese, recién creado “VACIO”, se pueda llenar hasta los bordes de todo tipo de
actividades que nadie quiere en su propia casa.
Por la fuerza creadora de la palabra, la idea de una ESPAÑA VACIA da
carta de naturaleza a la otra España que por lo visto debe de estar LLENA y a
la que, de una forma más o menos velada, se sigue atrayendo a la gente para que
disfrute de su plétora. Con la ilusoria pretensión de resolver el problema de
la despoblación, estamos ante el peligro de consagrar la ESPAÑA DE DOS
VELOCIDADES ante el sorprendente beneplácito de vaciados y vaciadores.
A esta feria de vanidades sin duda, contribuyen aparentes
nuevas formas de entender la política que pretenden que Teruel, Soria o Cáceres
se sitúen en el centro de la actualidad porque necesitan el tren, la autovía o
la banda ancha. En el extremo opuesto, no son pocos los que optan por la idea
de que los habitantes del interior menos desarrollado progresarán en la medida
que lo haga el conjunto de todo el estado y para eso más que reivindicaciones localistas
en el Congreso de los Diputados, hace falta un reparto verdaderamente
equitativo de la riqueza del país. Es decir, hace falta que alguien haga bien
las cuentas del estado para que las iniciativas privadas y los recursos públicos
se distribuyan por el territorio nacional de acuerdo a un sencillo objetivo de
justicia distributiva.
Hasta este momento, esas cuentas no se han hecho así ni muchísimo
menos y España perdió el tren de la cohesión nacional, precisamente por la nefasta
gestión de los fondos de cohesión de la UE que han conformado un modo de hacer
y repartir injusto que ahora se viste de verde y pretende llenar de centrales renovables
y macrogranjas el silencio del vacío español. Con esta hartera estrategia
grandes fondos de inversión van a volver a enriquecerse. En esta ocasión bajo
el pretexto del cambio de modelo energético se puede conseguir que el mismo
monopolio empresarial acapare lo que podía ser una gestión democrática y
participativa de los recursos energéticos. No deja de ser curioso que las plusvalías
de la ganadería industrial gestionen la especulación en energías renovables.
La búsqueda de una, puede que bienintencionada, solidaridad
con los que menos tienen, puede acabar por convertirse en una especie de
gestión de la dádiva. La España menos dotada requiere justicia no compasión ni
siquiera solidaridad. Esta último es un necesario valor humano que se da entre
individuos y grupos humanos reducidos, los estados deben ser sencillamente
equitativos.
Ninguna falta hace programas de radio y televisión que
ensalcen las virtudes de la vida en el campo, la dicha de los nuevos pobladores
que atienden el centro social que han permitido que la escuela siga abierta y
lo buenos que son los mantecados que hornea la centenaria superviviente de una
España que ya no es. En los pueblos y en las ciudades hacen falta sencillamente
ciudadanos libres capaces de convivir y gestionar sus recursos en libertad y
esto no siempre es fácil porque también el mundo rural tiene su cara oscura.
Años de un sistema de relaciones políticas y clientelares no generan espacios
de libertad y a menudo los explotados de esa sociedad rural apoyan a sus
explotadores convencidos de que no hay alternativas.
En los términos en que se está desarrollando el relato de la
España vacia/da se corre el peligro de diseñar exotismo rural con derecho a
senderismo y deporte de aventura que está en las antípodas de la justicia
distributiva que reclamamos. Este objetivo debería pasar por una revisión del
modelo de gobernanza que genere eficacia de la gestión de “lo público”. En el
edificio institucional con el que funcionamos los municipios deben estar en el
centro del interés político con una financiación adecuada y ajustada a los
servicios que deben prestar para que ningún territorio sea inferior a otro.
Tal vez por eso, precisamente en este momento en que se
espera la llegada de una financiación generosa que pueda paliar los efectos de
la pandemia del Covid, es preciso hacer muchas preguntas. Es el momento de
pensar cómo se gestionan los espacios abiertos de la ESPAÑA LLENA de aire,
viento, sol y tierra. Esa parte del país está prestando al resto grandes
servicios medioambientales, energéticos y de alimentación y tiene el derecho,
al menos el mismo derecho, que cualquier otra parte del país a ser gestor de su
desarrollo y de su progreso. Habría que preguntarse si para alcanzar ese modelo
es oportuno convertir miles de hectáreas en paneles fotovoltaicos que con el
eufemístico nombre de “PARQUE” se presenta como la salvación del vacío. De la
misma forma habría que revisar las concesiones de minas, centrales eólicas o
las mayores granjas de una Europa que ya no las quiere al norte del pirineo. En
resumen, cabría preguntarse si en el vacío español caben todas esas explotaciones
de los recursos naturales que exportan los beneficios y dejan plantaciones de
desánimo en un terreno empobrecido y plagado de nitratos. En todos los casos y
en todos los territorios se debería trabajar por un equilibrio entre lo que se
aporta y lo que se recibe y de esa forma puede que el exotismo del mundo rural,
disuelto en justicia distributiva, se transforme simplemente en esa normalidad
de la que tanto se habla.
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..en el corazón de España,
tierras pobres, tierras tristes,
tan tristes que tienen alma!
La tierra de Alvar González
Antonio Machado. 1912