domingo, 6 de septiembre de 2020

¿INEVITABILIDAD?...........

La sociedad ribagorzana no se escapa del fantasma de la inevitabilidad. Convencer a un grupo humano de que las cosas son inevitables y que no queda más remedio que asumir la realidad y hacer lo posible para adaptarse y sacar el mejor provecho posible de la situación, es el triunfo de los grupos dirigentes que, de esa forma, solo tienen que preocuparse de gestionar los recursos disponibles en su beneficio. El resto de la población se centrará en su vida de supervivencia y no se planteará ningún otro modelo de convivencia distinto del que impone la oligarquía.


Esta realidad no es nueva en España y posiblemente sea una característica humana que tiende a acercarse al poderoso en busca de seguridad. Lo que era la búsqueda de seguridad en el feudalismo ante el ataque de los grupos vecinos, moros o cristianos, fue evolucionando hacia la seguridad, más simbólica, que se respira cerca del grupo dominante en una sociedad.
Una cosa es el desarrollo de la historia y otra muy distinta, como se integra esa historia en la cotidianidad. Ya, en el siglo XX español, está sobradamente estudiado cuales fueron las causas, el desarrollo y las consecuencias de la guerra civil. No obstante, de la percepción troceada de esa historia se asume de forma bastante generalizada, que dicha guerra fue inevitable y, para rematar la falsedad, que ambos bandos fueron, en el mejor de los casos, culpables de la atrocidad. De esa forma se construye un imaginario colectivo perfectamente falso y se saca del relato todo lo que no conviene a la oligarquía que cultivó la victoria sobre el genocidio. Y así estuvimos 40 años en los que se hicieron grandes negocios a partir de los recursos públicos con el apoyo del régimen que empezó siendo cuartelero y terminó tecnócrata.
Establecido este proceso de inevitabilidad, nos plantamos en la “modélica transición” que nos llevó al Régimen del 78 y se nos convenció, con la fuerza de los grupos mediáticos, de la inevitabilidad de ese proceso. Se consideraron inevitables: la monarquía, como modelo de jefatura de estado, la privatización de los servicios públicos, la corrupción instalada en el gobierno,… y, por lo visto fue igualmente inevitable evitar el reconocimiento a los defensores de la democracia de la etapa anterior. Por lo visto se podía herir sensibilidades y abrir la brecha entre las dos Españas. De esa forma los herederos de los vencedores de 1939 seguían conformando la oligarquía del país desde los puestos de la judicatura o los consejos de administración de las empresas, ahora privatizadas y de los bancos que aprendieron del neoliberalismo triunfante a reclamar insaciablemente, recursos públicos a mayor gloria del todopoderoso mercado que todo lo regula.
Mientras tanto, Ribagorza no es una excepción. Con todos los matices antropológicos que lo queramos adornar con su pátina cultural, lo cierto es que las familias que decidían los destinos de la comarca desde principio del siglo XX, lo han seguido haciendo a pesar del cambio de milenio.
El barniz que el régimen del 78 aplicó sobre las estructuras sociales existentes fue suficiente para convencer a toda la población de que la democracia ya estaba consolidada y que bastaba seguir el discurso dominante para acceder al trozo de estado del bienestar que el sistema nos tiene reservados. Así, el falso discurso se convierte en dominante. 
De esta forma la expansión de la ganadería industrial en el sur de la comarca o el monocultivo del esquí en el norte, son consideradas de manera generalizada como inevitables y nada distinto se puede aventurar en esta sociedad.
La fuerza de la inevitabilidad es tan potente y está tan asumida en el imaginario colectivo que ni siquiera el estallido de una epidemia es capaz de alterar el pensamiento más allá de lo permitido o aconsejado por los medios de información que predican/imponen la ortodoxia de la “nueva realidad”.
A nadie le extraña que, llegando a Graus haya una pancarta que habla de un túnel que hace años dejó de reclamarse. A nadie le extraña que una alcaldesa haga un suculento negocio inmobiliario a costa de dinero público y, además, desde la cima de su impudicia se atribuya la cualidad de calificar quienes son buenos pobladores del pirineo y quienes no. A nadie le extraña la transmisión genética de los representantes públicos que, según sus cualidades y proximidad al poder, pueden seguir siendo alcaldes, diputados o directores generales.
Antes que encontrar una vacuna contra el Covid 19, habría que encontrar una contra la inevitabilidad para llegar a vivir en una sociedad sana que avance, a través del diálogo y la crítica, hacia una convivencia entre iguales.